18 ago 2014

C'est la vie


Para vos, mi linda retorcida.
Publicado «Un tweet, una historia» de Mujeres con Espadas


Ella encontró la vida ahí donde la llevó la muerte. Había llegado no sólo con las muñecas, sino con toda su infancia y esperanzas desangradas. 

Quizás fueron las drogas o las estrafalarias personas que tenía de vecinas pero la alegría perdida fue inyectándose por su venas y convirtiéndola en un tierna heroína. 

Era tan bonita y delicada que los moradores del loquero la adoptaron y se llevaron lejos a la pequeña huérfana de afecto. 

Jugaba como adolescente con el futbolista acabado. Le robaba las insignias y desordenaba los libros al huraño militar; le pintaba las uñas, las arrugas y las frustraciones a la vieja maestra y cantaba vidalas con el arruinado poeta. 

Dejó la mentira de su marido, la perfidia de su familia y sus cadenas de sumisión sepultados en los jardines de aquel palacio donde descubrió que [a veces] la locura es una forma concreta de salud.

Se quitó su  traje de señora, se desvistió las culpas y desnudó sus deseos en un mugroso baño de hospital una tarde de abril.

Horrorizó a sus padres, alarmó a los médicos e inquietó a los internos cuando y se dio el alta sola cuando se supo aferrada a la vida, de una vez y para siempre, del  vientre hacia adentro.-














13 ene 2014

Adiós a la infancia



Este texto fue escrito para la sección «Tempus Fugit» 



Ese llamado fue el final de la infancia. Había pasado el mediodía de un diciembre intenso y habíamos trasnochado preparando el gran evento. Así es que penas pude entender las palabras de Sole entre las lágrimas.

―Se suspende la fiesta. Leandro no irá.

Antes de su cumpleaños de 15, Soledad y Leandro se habían peleado demasiadas veces y el día  finalmente había llegado así es que tampoco no podían fallar en la estadística. Pero todos sabemos que las crisis adolescentes tienen una magnitud diferente por eso salí de prisa a socorrerla.

A pesar de la  cantidad de gente que había, la casa de Soledad hedía a ese vacío devastador que tiene lo definitivo. Porque quiso la imprudencia, la suya, la mía, la de todos (ya no importa eso ahora), que nuestra niñez se estrellara contra un árbol y todo aquello que debió ser una fiesta se transformó en una tormenta de ausencias.

En aquel jardín mis amigas vieron marchitar sus primeros amores y bajo su tierra yo abandoné a tres de mis amigos y con ellos, mi inocencia.

Nunca más volví a un cementerio. Mucho menos a ese donde jugábamos a ser solidarios y temerarios. Nunca más volví a recoger cadáveres de flores ni a limpiar culpas ajenas en tumbas que no me pertenecían.

Tuve que madurar de golpe, enfrentarme al dolor, sin grandilocuencia pero con certezas. Aprender que algunos no necesitamos el alma simplemente porque no tenemos nada que negociar con la muerte.

Ya no le tengo miedo. Que venga a buscarme, estoy grande y predispuesta.-



29 oct 2012

Cebada Nórdica

De este lado del mundo la gente se gana la vida -o la pierde- como puede. A diario millones de almas o lo que queda de ellas ponen la imaginación al servicio de la supervivencia. Y por esas trampas que nos impone la rutina somos capaces de percibirlo sólo cuando algo altera el paisaje al que estamos acostumbrados.
Aquella mañana algo estaba desencajado. El tren llegaba en horario y con la densidad acostumbrada, sin embargo el alegre trovador moderno lloraba enroscado a su guitarra.
Debí seguir mi camino de oficinista imperturbable pero aquel descalabro de lo cotidiano impidió que me hiciera el desentendido. Entonces me acerqué y le pregunté si podía ayudarlo y me respondió:   
—Pagame el desayuno y te cuento la historia más triste que vieron estas vías.
Revolvía el café como buscando respuesta. Hay gente que llora porque no tiene zapatos mientras otras ríen sin pies, empezó diciendo y con tono épico continuó: esos pequeños héroes carecen de reconocimiento, y esa es nuestra misión evitar que sus hazañas se pierdan en los vericuetos del olvido.
Quizás un buen ejemplo sea Elías, un buscavida más de esta ciudad.  Se ganaba la vida como obrero metalúrgico y con ello pudo levantar una casa, alimentar a su esposa y educar a cuatro niños. De día trabajaba y por las noches bebía. Se emborracha porque sí, para tener por qué sentirse mal. Cuando llegaba a casa, tampoco se encontraba con lo predecible sino con niños sonrientes que lo ayudaban a desvestirse mientras la mujer acomodaba la cama y le garantizaba silencio.
Pero una noche de verano, hace ya quince años, ocho meses y cuatro días, una oscuridad apocalíptica se adueñó de su destino. A la salida de un bar le fallaron los reflejos y una parte de las vías del tren se quedó con sus  piernas. No volvió a caminar pero tampoco volvió beber.
Cuando Elías perdió las piernas ya estaba cansado de transitar aquellas escaleras, subía y bajaba ese conjunto de peldaños cuatro veces por día: dos cuando se iba a trabajar y otras dos cuando volvía.
Después de recuperarse del accidente, si puede decirse que lo hizo, cambió de oficio. Desde entonces, partía a trabajar a las cuatro de la madrugada y en veintitrés minutos recorría las dieciséis cuadras que separaban su casa de la estación de tren.
Manejaba la silla de ruedas con maestría pero aún así le costaba sortear el obstáculo de los cuatro metros con cuarenta y dos centímetros de altura del paso a nivel bajo tierra que debía sortear para cruzar las vías. Esa diferencia entre un lado y otro de los andenes, quizás imperceptible para cualquier otro ser humano, eran para Elías un abismo. Veintiséis escalones hacia abajo, veinticinco metros de un lúgubre y hediondo pasillo más otros veintiséis escalones hacia arriba, se imponían como peaje en la mejoría de sus ingresos; por esos caprichos de la estadística, del otro lado de las vías siempre se juntaba más dinero. Nadie le prestaría atención a tan ínfimos y específicos detalles, pero cuando te faltan las piernas, los detalles cuentan, cada uno de ellos hace la diferencia. Cada vez que cruzaba las vías Elías contaba de nuevo los escalones y con ellos evocaba el recuerdo de todo aquello que perdió junto a las piernas.
Una noche, como tantas otras, Elías, el Flaco y el mudo que vende medias se quedaron esperando que partieran todos los pasajeros del tren y con ellos las últimas monedas. Había sido un día sofocante por eso los más jóvenes destaparon una cerveza y se sentaron a disfrutarla bajo los murales de la esquina oeste.
Los grafittis le daban color a los sombríos túneles de la estación y todos ellos exhibían crípticos mensajes superpuestos. Elías estiró los brazos, hizo sonar los dedos y dijo:
— ¿Qué mierda dirá ahí, no?
El mudo limpiándose el silencio en la garganta, le respondió con picardía:
—Dicen que si lo pronuncias tres veces seguidas aparece un mago capaz de concederte el más imposible de tus deseos.-
Sonriendo los saludó con la mano alzada y salió de la estación con urgencia para rendir a la patrona el fruto de sus esfuerzos.
Entre risas el lisiado repetía como esquizofrénico:
—Racnurak… Rañorac… Reigñoraq
—Raknurac… Reigñorac… Raknurak
—Racnurak… Rañorac…  Reigñorak
Las carcajadas estallaron amplificadas por la soledad del túnel de concreto rompiendo el ritmo de las goteras de una vieja cañería pinchada por ahí.
Cuando se restableció el silencio, Elías miró a su compañero y le confesó:
—No sabés cómo te envidio, Flaco. Me muero por tomar una cerveza.
De repente, como si viniera desde el mismo infierno, escucharon el creciente silbido de una canción conocida; nunca supieron de donde salió porque lo vieron recién cuando ya estaba muy cerca de ellos. Era un hombre alto y atlético vestido con un sobretodo negro, de piel muy pálida y ojos oscuros. Su aspecto era realmente inquietante pero mucho más lo era su sonrisa.
Sacó del bolsillo una de sus manos enfundadas en guantes también de cuero negro, y extendiéndosela al Flaco se presentó como Adán. Giró su rostro hacia el tullido y le dijo con firmeza:
—Aquí estoy Elías, tal como pediste.
Entonces con la cara sonriente el equilibrista de la silla le pide con un gesto al Flaco que se vaya. Mientras se aleja el hombre puede ver a Elías y Adán frente a frente justo antes que las luces se apagaran y le dieran fin a la jornada ferroviaria.
Luego de cruzar las vías vuelve a mirarlos desde el otro lado del andén; Elías todavía mira fijo al tipo del sobretodo y mueve la cabeza como si asintiera sin emitir una sola palabra. Adán da media vuelta sobre sí mismo y se va por donde vino, sonriendo. Elías se queda ahí mirando al extraño desaparecer por la esquina donde están las escaleras.

Hoy Elías no pudo maravillar a los transeúntes desprevenidos con sus malabares de ascenso hacia el infierno. Esta mañana, Elías no estiró su mano curtida a los pasajeros del tren; nadie escuchó su voz ronca de acento provinciano pidiendo monedas.
Tampoco se enteró que su hijo recibió una propuesta para jugar en Newell's ni supo que su esposa ganó los diez millones en el juego de Susana.

Lo encontraron muerto antes del amanecer. Sin rastro alguno de la silla de ruedas, con una botella de cerveza en la mano, una sonrisa inmensa en la boca y los ojos abiertos fijos en el mural de letras naranjas en las que apenas puede leerse: Ragnarök.-



2 jul 2012

Ahora me toca a mí

(el principio del cuento)


«...A veces sangra

pero nada la detiene 
en su papel de heroína.


Antes de escapar
(a salvar otras vidas)
lame mi espalda y el escalofrío
y para qué negarlo...
después de los portazos
no queda siquiera el silencio...»


pedirlo por mail: efectoclara@gmail.com



4 abr 2012

El hombre invisible


i.-


Tenía un matrimonio feliz hasta que me enamoré de otro hombre. Antes de conocerlo mi vida era mucho más simple, tal vez más gris y aburrida pero al menos posible.

Me cuesta encontrar el punto exacto en donde se inició el caos y los pocos recuerdos que aún conservo lo ubican en un día como el de ayer.

Nunca nadie lo vio conmigo y, sin embargo, todos a mí alrededor fueron alcanzados por su embrujo. Mis ojos, mi sonrisa y hasta la piel irradiaban su presencia.

Quisiera que los acontecimientos fuesen distintos pero soy incapaz de controlar los estímulos que siento en el cuerpo cada vez que lo pienso. De haber tenido una opción, hubiese elegido no sentirlo. Hice lo que pude y construí –paralelo- un universo donde la correspondencia nos hizo vivir plácidamente.

El psiquiatra dice que él no es real y tampoco mis recuerdos. Que todo es producto de mis deseos: la más creativa de mis utopías.

Mis afectos sinceros, todavía incrédulos y confundidos, me ruegan que lo deje ir, que lo borre de la memoria, aún sabiendo ellos y yo que para hacerlo debo matar a la mejor versión de mi misma. Porque si él no está, él no es y ni siquiera existe entonces yo tampoco puedo serlo.

La prescripción médica me obligó a quemar cada una de las diez mil cartas que me escribí fingiendo ser aquel hombre inquietante, atento y  honesto que un día me abrió una puerta. Pero las llamas de aquel ritual no han conseguido llevarse consigo las marcas que su ternura le imprimió a mi cuerpo. Su capacidad de estimularme resiste cualquier intento químico por quitarle a mis células los recuerdos.

El procedimiento para recuperar la sensatez es tan doloroso que empiezo a idear una farsa capaz de convencer a cualquiera que ya no lo siento;  crear una forma de ocultar que me duelen sus miedos y le temo a su tormento. Una mentira donde su sabiduría no me alimente y su risa redima mi aliento. Necesito ahogar cualquier evidencia que me conmueve solo con su existencia. Y traicionar así su confianza y romperle el corazón, aprendiendo a vivir sin necesitarlo o haciendo de cuenta que puedo.

Mientras voy asesinándolo con pastillas de colores puedo ver en sus ojos oscuros nublados por la angustia y lo escucho pedirme perdón. Por no salvarme, por no conseguir cuidarme, incluso de él y sus deseos. Lo veo morderse la boca para contener mi equilibrio y en su defensa, también se deja morir y con él a nuestros sueños.

Casi sin resistirme ingreso a un túnel que promete -del otro lado- devolverme la cordura. Me dejo vencer con la esperanza que al despertar todavía lo encuentre.

Apenas consigo mantener los ojos abiertos, pero aún así puedo percibir en los de mi marido su desolación. Aunque nuestra pareja se basó más en la lealtad que en la fidelidad, su amor incondicional y su confianza en el tratamiento no logran soslayar la certeza que jamás volverá a ser el hombre más importante en mi vida.
Porque en cada resquicio de la memoria quedará –clandestino- una fracción de su presencia. En todos libros encontraré un camino de regreso hacia nuestra intimidad; en cualquier sábana  reinventaré su perfume y ante una duda buscaré en sus ideas una salida.


Y cada ausencia validara su existencia. Nada más cercano a lo cierto y definitivo: la sombra del hombre invisible eclipsará cada uno de nuestros días hasta que al fin lo encuentre.-

Pétalos by Tan Bionica on Grooveshark

15 mar 2012

El mensaje




Esta es la extraña historia de una mujer que soñaba en un código que desconocía. Un código singular, capaz de abrir las puertas de la percepción extrasensorial.

Le costaba entender como ese conjunto de signos y caracteres que nunca había aprendido ella podía traducirlo en vivencias concretas y sentidas; experiencias que le permitía vivir, conocer y recordar personas, hechos, lugares y circunstancias que jamás había vivido.

También le resultaba imposible imaginar de dónde había llegado y por qué había sido ella la elegida para recibirlo. Pero estaba dispuesta a usufructuar ese poder sin pensar en las consecuencias.

Por eso cada noche aceleraba todo lo que estaba a su alcance para hacer dormir a su marido y a sus hijos y entregarse por fin a esa frecuencia numérica que la trasladaba por el mundo y el tiempo.

Así se descubrió capacidades hasta entonces dormidas. Fue espía, contrabandista, amazona en la selva, madre de tres pares de gemelos, periodista exiliada, amante del cuñado y esposa de un presidente. Conoció la Roma imperial, el París revolucionario, paseó por los Guggenheims, navegó por el Thames y cruzó, en varios tiempos, el muro en Berlín.

En uno de sus fascinantes viajes, se le presentó un hombre alto de tez pálida enfundado en elegante pero antiguo traje negro. Se acercó y le sonrió cerca del oído.

Le explicó que todo iba según lo planeado, le dijo que la misión estaba iniciada y la trampa montada.

Ella abrió sus enormes ojos verdes y lo miró inquieta. Sin evidencia alguna de sorpresa, tragó saliva y  sintió el gusto metálico deslizándose por la garganta.

No había sentido el sonido del disparo ni la bala incrustándose en el estómago, su mente sólo se había detenido a repetir: fue él, todo fue orquestado por él.-

La Infidelidad En La Era Informatica by Jorge Drexler on Grooveshark


27 dic 2011

La confesión de Sofía

“Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca”
(Jorge Luis Borges)





Estuve recordando juguetes, en épocas de balances cada uno pone en su libro de saldos los recuerdos que valora. Y yo soy de las personas que valora los juguetes. Afición que adquirí de grande, quizás porque de niña no tuve tantos como hubiese deseado. Tampoco entonces lo viví como una falta, pero se convirtió en una deuda que voy saldando de adulta.

Cumplí 8 años cuando me regalaron mi primera muñeca. Era de trapo, con  trenzas y flequillo de lana rosa. La bauticé Verónica, por los cuentos que ya entonces leía. Poldy Bird le dedicaba a su hija hermosos relatos y divertidas enseñanzas que yo aplicaba con mi muñeca de trapo. Verónica, como la de la autora, era depositaria de todo lo que ya entonces soñaba: que alguien te inspire tanto que puedas hacerlo libro.

Mi amor por los libros, cómo muchos otros amores de la época, lo inicié desde el odio. A los 6, mi mamá, docente de la vieja escuela, me obligaba a tres lecturas diarias. Recuerdo el sufrimiento de aquellas prácticas como el principio de mis actos de resistencia. Porque cada vez que leía mal una palabra me hacía empezar de nuevo. Todo de nuevo. Hasta poder leer perfectamente como  corresponde a una niña de 6 años. Entonces descubrí que si leía muchas veces y lo aprendía de memoria no había forma de equivocarme en el texto. Y así fue como  logró mi mamá que yo leyera muchísimo  y  que aprendiera a hacer trampa.

Desde entonces los libros me salvan. Aprendí sobre el mundo y sus principios, a jugar ajedrez, matemáticas y hasta hacer comida china de los libros. Cada mes destino parte de mis ingresos a comprar unos cuantos, lo hago desde que tenía 10 años cuando compré, yo sola mi primer libro.

Es el mejor regalo que alguien puede hacerme. Tan es así que uno de mis libros preferidos me lo regaló la ex mujer de mi ex marido. En definitiva, ella también tiene buen gusto para los hombres y para la filosofía.

Hoy Sofía, que ya tiene 9, estaba sinceramente insoportable. Inconforme, demandante y chillona. Algo le pasa, pero está ejerciendo el derecho a ocultarnos cosas.  Ya tenía la paciencia bastante inflamada cuando recordé un truco que usaba mi primer novio cada vez que me asaltaba la angustia y el llanto. La subí a un taxi todavía quejosa y sin que tuviera mucha opción de resistirse  la metí  en el «Baúl del abuelo», una librería de  usados que queda cerca del centro.

Me miró ansiosa y sorprendida. Le dije que mire, que busque, que revuelva, que encuentre. Yo me dediqué a lo mismo. Por dos horas cada una de nosotras caminó por distintos senderos de aquel laberinto de historias sin tiempo.

Nos dedicamos a separar y descartar hasta encontrar pequeñas reliquias que nos acompañen los próximos días y algunos años. Finamente ella optó por uno sobre la cultura  egipcia [¡ pobre mi reina que plácida y difícil vida la espera!] , y como contrapunto debido uno sobre duendes y hadas.  Yo le agregué: «Cuentos para Verónica». Y compré, otro libro de Des Cars, resignada a seguir añorando «El solitario».

Volvimos todo el camino en silencio. A punto de terminar el viaje, aún con dudas evidentes Sofía se atrevió a confesar:

       - Te estoy escribiendo un libro.

No hizo falta nada más. La plenitud debe ser algo muy cercano a esto.-


Sofia by Ismaël Lô on Grooveshark